Un buen día, agobiada de tanto estrés por la gran carga de trabajo que tenía en mi práctica durante esos últimos meses, decidí ir al bosque.
Recuerdo que fue la mañana de un miércoles en la cual me sentí sin ánimos y con la mente un poco embotada. Esta era la evidencia que estas sensaciones me estaban mostrando a través de mi cuerpo que ya requería un cambio de ambiente. ¿Pero cómo y hacia dónde?
Fue entonces cuando recordé de aquellas experiencias de niña en aquel árbol de mangó detrás de mi casa. Allí pasaba largas horas observando las nubes, ver a los pajaritos posarse en las ramas, las hormigas subiendo aquel robusto y recio tronco color marrón amarillento. ¡Me sentía ponderosa e invencible al imaginarme que estaba volando trepada en aquellas ramas que me sostenían con todo el amor del mundo!
Luego de esa mirada al pasado, vino un poco de energía y de pasión a mi cuerpo y mi mente que estaban tan cansados. Ahí fue cuando levanté el celular y llamé a mi secretaria diciéndole: “Cancela los pacientes hoy, que no voy a la oficina.” Me bañé y me vestí con una sudadera, pantalón de hiking y mis trekking shoes. Me fui para el Yunque.
Durante todo el camino a Río Grande, era preciso ver el cómo capas de peso emocional se caían a medida que iba avanzando hacia el bosque. Me acuerdo que llegué al Yunque y la mayoría de las veredas estaban cerradas, pues habían pasado 8 meses del huracán María y no habían podido restaurar las veredas principales por falta de personal y voluntarios.
Al llegar al lugar, me estacioné y seguí caminando hasta que mi corazón me llevó a una vereda que estaba acordonada con una cinta que decía: “Danger: do not cross”. Mi mente me decía que no me metiera por ahí, pero mi intuición fue la que me dijo: “Ve con cuidado, es seguro”. Rápido me acordé de todos los seminarios que había tomado de primeros auxilios en el bosque, me aseguré que tuviera todos los elementos a la mano en caso de pedir ayuda, e insurgentemente, crucé con cautela las cintas camino hacia la vereda. Ese tramo del camino estaba despejado, libre. No vi peligro alguno.
A 80 metros de la vereda, divisé un árbol de almácigo y una enorme piedra que le servía de banco a cualquier humano para sentarse y observar aquella hermosa vista que estaba tan accesible a mi vista. Abracé aquel árbol y el peso que tenía en mi pecho se fue instantáneamente. Lloré de alegría y de alivio al saber que había tomado la decisión correcta.En todo momento, me sentí protegida y segura en el bosque, siendo una con aquella naturaleza viva.
Había pasado un año de esta experiencia cuando ya estaba tomando la certificación como Guía de Terapia de Bosques. Fue ahí en nuestra semana intensiva en Noruega que confirmé que uno de mis propósitos de vida es llevar personas al bosque para conectar con nuestra propia esencia de vida.
Eventualmente, mi salud física y emocional fueron recuperándose. Saco tiempo de mi práctica profesional para conectar con los animales y las plantas. Ahora estoy estudiando en la Universidad una carrera conocida como Desarrollo Sostenible. He ido desarrollando proyectos como el de Sueños de Atabey, Inc. el cual consiste en llevar a las personas que estén deprivadas de naturaleza al bosque para que obtengan estos beneficios y a su vez, una perspectiva diferente y más sanadora de los ambientes naturales.
En mí se han desarrollado otros sentidos y otra sensibilidad que me han ayudado con la experiencia a prevenir situaciones de peligro. Me han ayudado a comprender de manera más profunda algunos comportamientos del reino animal y vegetal. Sobretodo, me han ayudado a conocerme más a fondo y a no olvidar quien soy. Así comenzó el viaje por esta vereda llamada Vida.
En colaboración con la Dra. Anissa V. Hernández
FB e IG: @anissavhernandezmd
www.bienestarmentalpr.net
¡Estoy a las órdenes para llevarles al Bosque a conectar! ¡Gracias por tan bella reseña y artículo! Abrazos 🥰
Me gusto , necesito conocer esto ..S.O.S . Any one .??